Cuando era pequeña me encantaba “Pipi Calzaslargas” y había un capítulo concretamente con el que disfrutaba a mares. Pipi, muy generosa ella, regalaba gominolas y pasteles a todos los niños del pueblo y los pequeños se ponían hasta arriba de cremas y nata montada y yo siempre me quedaba mirando con la boca a vierta pensando que aquí no habían ese tipo de pasteles con tantos colores vivos que se te hacía la boca agua nada más de verlos.
Hoy en día se han puesto de moda los cupcake, los pasteles hechos con fondant de colorines y los bizcochos pintados con colorante alimenticio y ¿sabéis qué me ha pasado? Que los veo y me pregunto si no llevan tanta cosa que estarán pasados de dulce y sin el sabor que realmente nos gusta a todos. ¿No os parece contradictorio?
De pequeña adoraba esos pasteles de colores y s eme iban los ojos detrás y ahora me daban como repelús así que pensé que la mejor manera de probarlos sería haciendo uno yo misma porque a ver, el bizcocho sería de lo más casero posible y aunque el fondant o lo que le pusiera sería artificial pues al menos sabría que lo he puesto yo y esas cosas, así que me lancé a mi aventura.
Estuve buscando en Internet tiendas de accesorios para repostería y como no tenía ni idea de lo que estaba buscando exactamente me tiré un buen rato buscando y buscando sin encontrar nada concreto hasta que me topé con MyKaramelli, un lugar perfecto donde comprar fondant. Tienen de todos los colores y muchísimos adornos para las tartas y utensilios si no los tienes y la verdad es que de precio, en comparación con todo lo demás, me pareció espectacular.
Y allá que me puse manos a la obra. Primero hice un bizcocho con la receta de toda la vida de mi madre y lo amelé un poquito para que estuviera bien jugosito y cuando se enfrió me puse manos a la obra con mi obra de arte. Usé el blanco para cubrir toda la tarta, no sé por qué me encanta el blanco para todo, hasta para los coches, aunque me digan que parecen taxis, me da igual. Luego usé el rosa palo y el azul pastel para decorar con figuritas con forma de chupetes y biberones y alguna que otra cosa que se me ocurrió y la verdad es que bonita era, sólo faltaba probarla.
Me la llevé a casa de mi cuñada que sale de cuentas en una semana y ¡Sopresa!, les di una alegría aquella tarde aunque yo por dentro pensaba “veremos cómo está”. Y gracias a los dioses del Olimpo el primero en probarla fue mi hermano, más que nada por si estaba asquerosa y ponía de parto a su mujer, pero no, puso cara de “qué rica” así que ataqué yo la siguiente y ¡Oh my God!, todos mis prejuicios eran infundados. Estaba buenísima y además para ser la primera me había quedado espectacular así que estaba quedando de lujo con la familia y me había quitado la espinita de probar algo así algún día.
Lo que no sé si haré es animarme a comprar las prefabricadas y esas cosas aunque como ya he dado el primer paso pues nunca se sabe cuando caeré en la tentación.