Dice una de las frases que más odio, pero que al mismo tiempo más está presente en mi vida que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde. Y bueno, en algunos casos es así, en otros no lo creo. Porque yo valora cada minuto, cada segundo de mi vida y más si es rodeado de los que más quiero. Tengo la suerte de mantener todavía una abuela que para mí es mi sostén, mi fuerza para vivir. Ya sé que no es una madre, pero como si lo fuera.
Todo comenzó cuando yo era muy pequeño, y como mi familia ya éramos otros tres hermanos, pues me tuvo que dejar en el pueblo con ella. En esa época todavía vivía mi abuelo. Y muchos incluso se pensaban que eran mis padres cuando íbamos al mercado a comprar, o a la tienda de la señora Mari. ¡Qué buenos recuerdos mantengo de esos años! Unos momentos que ya no van a volver pero que me encargo de mantener en mi memoria. Y es así como poco a poco se fue haciendo un vínculo tremendo entre mi abuela y yo.
Con mis abuelos, y en un mundo rural, yo aprendí muchas cosas. Todas las cosas buenas que te ofrece vivir en el campo. Mis abuelos siempre me han trasmitido valores sólidos y tradicionales de esos que ahora se han perdido en la sociedad actual. Me ayudó a aprender el sentido de respeto, responsabilidad y gratitud.
Además, vivir en un pueblo me permitió estar en contacto con la naturaleza y disfrutar de actividades al aire libre como pasear por el campo, nadar en ríos y lagos, y disfrutar de la tranquilidad y la belleza de los paisajes. La verdad es que recuerdo con mucho cariño todos esos años.
Y el vivir en el pueblo me hizo conocer a mucha gente. En los pueblos, las personas estamos más unidas y somos más solidarias. Esto significa que los niños crecemos en un ambiente donde se valora la ayuda y la colaboración entre vecinos, algo que en las ciudades ya no vas a encontrar.
La vuelta a la ciudad
Eso sí, también tuve mi pega, ya que no fui al colegio hasta los 5 años y eso se notó. Hace años, estoy hablando de la época de los 80, la educación no estaba tan mirada como ahora. Antes no había esas guarderías, o centros infantiles como se les llama ahora, y claro, cuando yo fui directamente al colegio se notaba el nivel. Yo flojeaba en las matemáticas, en la lengua o en el inglés, pero dominaba perfectamente lo que era la empatía, el respeto hacia nuestros mayores y la disciplina. Ahora los niños saben mucho de inglés y de Internet, pero no saben de valores.
Eso sí, mi dominio era total en otras parcelas como como la agricultura, la carpintería, la cocina tradicional. Esto, es cierto que me permitió aprender otras cuestiones más tradicionales que luego en el futuro me han sido mucho más útiles que por ejemplo, una regla de tres.
Años después, la vida ha querido que mi abuela viva en la capital. Y por razones de su salud se encuentra en una residencia. Ella allí es feliz, aunque sé que echa de menos el pueblo. Pero en mi caso, cuando entro por la puerta de la Residencia de ancianos Nuestra Señora del Rosario en Valladolid la verdad es que todos estos recuerdos me vienen a la cabeza. Soy yo ahora el que intento animarla, mostrarla lo que es la vida. Aunque si por algo estoy orgulloso es que ha podido conocer a su tataranieta. Y eso ha sido todo un orgullo. Nos damos la mano y los tres paseamos por los jardines de esta residencia, donde es cierto que mi abuela es tan feliz.
Por eso, solo os digo que si tenéis abuelo o abuela, por favor, tenéis que cuidarlos y quererlos muchos. Son personas de otras épocas que muchas veces se encuentran desubicados aquí, pero que al final, darían la vida por nosotros.
Ahora echo de menos esa vida en el pueblo, donde todo suele ser más tranquilo y relajado. Y echo de menos que mi hija no lo pueda vivir, creciendo en un ambiente menos estresante y con menos presión, pero sobre todo, de la mano de sus abuelos, como hice yo. Crecer con los abuelos en un pueblo es una experiencia única, que brinda a los niños la oportunidad de aprender valores tradicionales, conectarse con la naturaleza, formar parte de una comunidad unida y conocer muchas más cosas.