Últimamente estoy muy sensible con todo lo relacionado con una terrible y triste enfermedad, que es el alzhéimer, puesto que me está tocando vivirla muy de cerca. Y es que, os explico, un buen amigo mío de siempre, de la infancia, pues sus padres y los míos ya eran amigos, acaba de ser ingresado por su familia en Benviure, una residencia especializada en esta enfermedad, ya que no podían ni tenían medios para poder atenderlo en el domicilio familiar. Es una enfermedad muy triste que va minando a la persona que la padece y a su entorno familiar, pues te afecta física y emocionalmente.
El alzhéimer es una enfermedad neurodegenerativa, que en principio se caracteriza por tener pequeñas y constantes pérdidas de memoria, pero que según avanza va incapacitando a la persona que lo padece para realizar sus tareas cotidianas y valerse por sí misma. Suele detectarse alrededor de los sesenta y cinco años, aunque hay estudios que indican que cada vez afecta a personas más jóvenes, incluso hay niños que padecen alzhéimer infantil. Éstos tienen una esperanza de vida muy corta hasta la adolescencia, pues actualmente no hay tratamiento para esta enfermedad.
La residencia
Este amigo mío, en concreto, es muy joven todavía, la enfermedad se le detectó cuando tenía cincuenta y cinco años. Era el gerente de una empresa de su propiedad, dedicada a la venta, distribución y mantenimiento de maquinaría agrícola, con unos veinte empleados a su cargo, entre administrativos, comerciales y personal de mantenimiento y reparación de la maquinaría. El negocio iba muy bien, vendía mucho y económicamente era muy rentable, tenía muy buenas expectativas de futuro, hasta que empezaron los empleados a darse cuenta de que cada vez tenía más olvidos, despistes, no organizaba reuniones, actividades, y si había algún conflicto tenía muchas dificultades para resolverlo. Los fallos reiterados de memoria eran frecuentes. Un día no se acordaba de entregar en contabilidad el justificante de una comida, otro día había vendido una máquina y no avisaba para su entrega al cliente, se perdían albaranes, tenía unos cambios de carácter que antes no tenía, los olvidos cada vez eran más y más frecuentes en la empresa… Pero su familia también comenzó a notar que algo no iba bien. Estaba muy irritable, algo desorientado… Hasta que un día, yendo en coche en un trayecto que para él era frecuente, se perdió. ¿Era despiste o había algo más? Lo llevaron al médico, comenzaron las pruebas, los estudios, consultas a varios especialistas y, al final, el diagnóstico.
La empresa pasó a ser dirigida por uno de sus hijos y él tuvo que apartarse totalmente, comenzó el tratamiento, pero la progresión de la enfermedad y su deterioro físico y mental se desarrolló con bastante rapidez, hasta el día de hoy, que está incapacitado para valerse por sí mismo, por lo que su familia, al no poder atenderlo como realmente se merece, consideró que la mejor opción era ingresarlo en una clínica que contase con unas buenas instalaciones, que tuviese un amplio jardín, ya que a él le gusta mucho pasear y estar al aire libre, y unos profesionales cualificados que pudiesen atenderlo, y con talleres de terapia ocupacional para mantener y frenar en la medida de lo posible su deterioro, puesto que de momento no hay ningún tratamiento que revierta el proceso de degeneración de esta triste enfermedad. Una enfermedad que no causa la muerte, pero sí sus complicaciones asociadas.
Esta enfermedad se hizo muy visible en España y fueran de nuestras fronteras por los sonoros casos de gente importante y relevante en política que la padecieron o padecen, como puede ser el expresidente del gobierno de España Adolfo Suarez o el expresidente de la Generalitat de Cataluña Pasqual Maragall, o incluso el expresidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Ha dejado de ser un tabú y se ha convertido en una enfermedad común por la que las familias reconocen abiertamente que posiblemente resulta mucho más dura para el entorno que para el propio enfermo, ya que ellos sufren y conviven con el deterioro mientras en la mayor parte del tiempo esa persona no es consciente de ello.
Es por esto que desde aquí os recomendamos encarecidamente la contratación de una residencia, como en el caso de mi amigo, si veis que la situación os supera como familia, ya que se trata de una situación muy complicada, larga además en el tiempo, que puede minar a las personas de la familia que sí son conscientes de todo y que encima se ven incapaces de dar los cuidados que unos verdaderos profesionales podrían otorgar al enfermo.