La historia detrás del disfraz: descubre por qué nos disfrazamos en Halloween y Carnaval

Un disfraz es un conjunto de ropa y accesorios que se utilizan para meterse en la piel de un personaje, ficticio o real. Aquí, el maquillaje también juega un papel clave dentro de la personificación. Además que hay numerosas y diferentes ocasiones para usarlo, como por ejemplo: carnaval, Halloween, festivales, etc.

El objetivo de este es jugar a ser otra persona o volverte realmente irreconocible. También existen los conocidos disfraces tradicionales, cuyo caso no es intentar encarnar a otra persona, sino que se llevan como un símbolo de pertenencia a alguna tradición arraigada.

A lo largo de los siglos esta tradición ha ido evolucionando, hasta que hoy en día, público de todas las edades compiten por conseguir el disfraz más original que logre impactar a los demás. Pero ¿cuál es el significado detrás de  la palabra “disfraz” y cuál es el origen de esta tradición?

Etimología de la palabra “disfraz”

“Disfraz” es un término que proviene del verbo “disfrazar”, el cual a su vez procede de la forma antigua “desfrezar” que significa: encubrir algo para disimularlo. Sin embargo, los expertos en lingüística aún no han logrado determinar con exactitud el origen de esta palabra.

No obstante, muchas fuentes indican que se origina de la unión del prefijo “des” (deshacer) y “frezar” (la huella que deja un animal). Por lo cual, se concluye que el término se refiere a “hacer desaparecer el rastro de un animal”. Es decir, tratar de encubrir, camuflar, ocultar o enmascarar algo… El famoso objetivo de un disfraz.

La historia del disfraz

La tradición y preferencia por el disfraz data de muy antiguo. Los romanos ya se disfrazaban en las “Saturnales”, fiestas que duraban tres días consecutivos y en las que los asistentes se olvidaban del orden establecido y se entregaban a fiestas y saraos.

Más adelante, en Italia, considerada la cuna del disfraz de Carnaval, fue donde este cobró mayor importancia y aún puede observarse su relevancia en ese país en la actualidad.

Más, es una cosa  el disfraz y otra, el arte de disfrazarse. Es aquí donde aparece el sentido mágico de la fiesta: la disimulación, el engaño, la burla, el no ser más uno mismo o, si profundizamos un poco más, el ser lo que realmente somos.

En principio, el disfraz representa el alma de los malos espíritus. Por ejemplo, las  máscaras del Carnaval, en sus inicios tuvieron un carácter religioso-espiritual, es decir, el de tener sus orígenes en el culto de los muertos, ya que la gente creía que la mejor manera de congraciarte con ellos era antropomorfizarlos. El que personificaba al muerto solía vestir de blanco y se colocaba una máscara para cubrir su rostro; siendo, este disfraz, algún antepasado.

En Alemania aparecieron las máscaras en Carnaval no para ocultarse, si no para la representación de piezas burlescas y pretenciosas, en las que se hacían burlas a través de la máscara del orden establecido, de índole tanto civil como religiosa.

Durante el reinado del Carlos III se introdujeron en España, con cierto relieve, los bailes de máscaras. Luego, Fernando VII  prohibió su uso  por las calles, pero la reina María Cristina los volvió a autorizar durante su reinado.

Debido al anonimato y al aire de misterio que suele envolver al enmascarado, miles de personas buscan año tras año usar esta transformación como una ruta de escape hacia sus más escondidos deseos. Así, el uso temporal de las máscaras le permite a quien la lleve el perfecto espejismo social; el pueblo descubre como un lindo vestido puede convertir al esclavo en señor, y dejándose llevar por esta circunstancia, juega a que no tiene patrón cuando tiene puesta su máscara.

También con la máscara se da rienda suelta a la creatividad y fantasía del portador. Nos despojamos de la máscara que usamos todo el año, y la cambiamos por una que nos hace sentir más nosotros mismos. Una vez que nos sentimos bajo el efecto irreconocible de la máscara, nos dejamos caer en los brazos de la desvergüenza, haciendo cosas que en circunstancias normales seríamos incapaces de realizar, hasta el punto que ni nosotros mismos llegamos a reconocernos.

La máscara, de las fiestas Saturnales a los desfiles de Carnaval

El carnaval es la fiesta popular que se realiza en los tres días previos a la Cuaresma. Es una fiesta antigua, que data probablemente a la Edad Media europea, y que consiste en disfrazarse, hacer desfiles, cánticos, comparsas, bailes y toda clase de excesos.

Su origen quizá proviene de la Antigua Roma, donde durante las fiestas Saturnales se daba el caos, el desorden y la sátira,  muy parecido a las bacanales de los griegos, donde los excesos estaban a la orden del día.

La historia nos cuenta que los sumerios se divertían pintarrajeándose o colocándose máscaras alrededor de una hoguera queriendo ahuyentar a los malos espíritus, deseando tener buenas cosechas y para pedirles a los dioses fertilidad para sus tierras.

Por su parte, los griegos o los egipcios también se disfrazaban para honrar a sus deidades o incluso, en las Saturnales de los romanos, que representan los inicios del carnaval, optaban por camuflarse bajo máscaras y otras ropas para no ser reconocidos mientras se dejaban llevar por los excesos.

La costumbre de disfrazarse o taparse el rostro en esta época proviene justamente de la necesidad de mantener el anonimato para poder renunciar a las formalidades y las reglas y entregarse al éxtasis, a diferencia del periodo posterior de la Cuaresma, donde más bien  se practica la abstinencia.

El disfraz carnavalesco no admite un orden establecido en la manera de llevar el disfraz, pero sí han surgido, con el paso del tiempo, variedad de figuras y personajes que han adquirido personalidad propia.

Como parte de esta costumbre, nos disfrazamos para ser otros, para transformarnos, así sea por un momento, en eso que más anhelamos o incluso, repudiamos. Algunas veces para burlarnos de los demás, otras para burlarnos de nosotros mismos.

Nos disfrazamos también para jugar. Imaginamos ser ese que querríamos ser o que ni en nuestras peores pesadillas nos atreveríamos a ser. Y esto es siempre un arte creativo, donde experimentamos qué haríamos si fuéramos otros.

No existen límites sociales en carnaval. Podemos reír y gozar con todos. El disfraz nos permite en un momento podamos estar bailando con el alcalde de la ciudad sin si quiera saberlo. Sin duda es un momento para liberarnos de las reglas y los juicios sociales y entregarnos del contacto festivo con el otro.

El disfraz también nos permite jugar con nuestro rol. Ya no estamos obligados a ser nosotros mismos, así que podemos fingir ser un rey despiadado o un bufón sin gracia, un payaso triste o el héroe que salva el día. De hecho, en la Edad Media, precisamente el carnaval permitía que el pueblo llano y la aristocracia se mezclaran.

Finalmente, nos disfrazamos porque así es como nos atrevemos a hacer cosas que se nos antojan impensables. A veces nos vestimos de superhéroe, a veces de villano, siempre jugando a darle vida a aquel con el que, en nuestro más profundo ser, nos identificamos. El anonimato también nos deja desinhibirnos, bailar, cantar y festejar como nunca lo haríamos. En carnaval, todo está permitido

Disfraces de origen celta

Según la historia, los celtas, impulsores de esta celebración, usaban máscara para esconderse de los fantasmas. Seguían esta costumbre principalmente motivados por su miedo a los espíritus y a la oscuridad.

La tradición de usar disfraz para Halloween tiene orígenes celtas, o anglosajonas. Hace muchos años, las noches de invierno representaban una amenaza para la gente. Su oscuridad les provocaba mucho miedo, ya que creían que en la noche de Todos los Santos, los muertos volvían a la vida y se transformaban en fantasmas, en momias, en brujas, etc y que se los encontrarían por las calles si salían de sus casas.

Así que ya que la gente no iba a mantenerse bajo llave toda la noche, salían utilizando disfraces porque creían que así no serían reconocidos por los fantasmas. Entonces, se ponían máscaras y capuchas, con el objetivo de despistar a los fantasmas en su búsqueda de espíritus.

Las primeras celebraciones en Estados Unidos incluían fiestas públicas en las que los vecinos contaban historias de muertos y fantasmas, adivinaban la fortuna, bailaban y cantaban.

A la mitad del siglo XIX, las festividades anuales del otoño eran comunes, pero Halloween aún no se celebraba en todo el país. La costumbre comenzó a viralizarse con la llegada de los nuevos inmigrantes irlandeses en la segunda mitad del siglo.

En ese momento, los estadounidenses empezaron a disfrazarse para ir de casa en casa pidiendo comida o dinero, costumbre que los años se convirtió en el famoso  trick or treating (truco o trato). Palabras que entonarían sin cesar  millones de niños en todo el mundo en la noche del 31 de octubre.

Felizmente, todo cambió y dejó de ser solo miedo y terror. Así como los especialistas en disfraces de Difrazarte nos cuentan, con el tiempo y gracias a que los niños también pasaron a formar parte de esta celebración, los disfraces de Halloween sufrieron algunas alteraciones.

En la actualidad, siguen existiendo los disfraces de brujas, fantasmas, Frankenstein, momias, hombre sin cabeza, etc., pero a esos se les sumaron los disfraces de animales, de hadas, y de otros buenos personajes; transformando la noche de Todos los Santos en la ocasión favorita para dejar volar la imaginación a través de los disfraces

 

 

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