El control no va conmigo

¿Quién dice que no podemos tomar helado en invierno, turrón en verano o huevos de pascua en otoño? ¿Quién ha impuesto las normas sociales de lo que hay que comer en cada época del año? Las tradiciones me parecen maravillosas, es lo que protege y resguarda la riqueza cultural que aún conservan nuestras costumbres, pero no es necesario ser extremista, ni en esto, ni en nada.

La semana pasada tuve un antojo de turrón de Jijona, y no, no estoy embarazada, pero me apetecía muchísimo, y como sabía que no iba a encontrar en ningún supermercado me fui directamente a Internet y entré en la web de Adelia Iváñez, donde pude comprar turrón sin ningún tipo de problema. Luego, en unos días, me quité el antojo comiendo un buen trozo frente al televisor una tarde de domingo.

El problema llegó cuando sonó el timbre de la puerta y aparecieron mi hermano con mi cuñada y mi sobrino sin haber sido invitados. Obviamente vieron la pastilla de turrón sobre la mesa e hicieron uno de sus comentarios jocosos “Eso estará ya caducao”, “Aún desde Navidad” y yo, sin inmutarme, les aclaré que acababa de comprarlo por Internet. Levantaron las cejas, abrieron los ojos como platos y se miraron entre sí “¿Has comprado turrón en plano mayo?”. Pues sí ¿y qué?, ¿es que en primavera el turrón te transforma como la comida a los Gremblins después de las doce o qué?

Estoy hasta las mismísimas narices de que la sociedad estipule lo que es políticamente correcto y lo que no. Si quiero comerme tres kilos de golosinas a pesar de estar entradita en kilos me los como, y me importa bastante poco lo bien o mal que me miren los demás, ya está la vida lo suficientemente complicada como para que encima tengamos que limitar nuestras apetencias a lo que opinen terceras personas.

Hipocresía barata

Como habréis podido comprobar, esta reflexión no tiene nada que ver con mi indignación hacia mi cuñada o con mis ganas de comer turrón, esto tiene que ver con todo aquello que la sociedad nos impone en base a modas, tendencias y acciones que no nos dejan ser como realmente queremos ser.

Si salgo a la calle y me pongo a cantar mientras paseo porque me apetece, me cruzaré con trescientas personas que me mirarán raro e incluso mal, puede que alguna incluso me pregunte si me encuentro bien porque ¿cómo va alguien a ir cantando sola por la calle? Pero si me pongo el teléfono en la oreja y me pongo a discutir pasaré desapercibida… eso está mucho mejor ¿verdad?

Si nos vamos a comer por ahí y en el postre todos piden café… ¿cómo vas a pedir tú ese brownie con el que llevas soñando desde que lo has visto en la carta? Quedarías de “gorda”… ¡Y una mierda! Si te apetece comerte el brownie te lo comes y quien no quiera verlo que coja su café y se largue a otra mesa.

Harta me tiene esta sociedad hipócrita que tiene el embudo ancho para algunos y estrecho para los demás, que ven normal cosas que no lo son y comportamientos felices que no hacen daño a nadie se tachan de extraños, que no puede comer turrón fuera de la época navideña o que te mira mal si no vistes como las tendencias marcan. A partir de ahora iré cantando por la calle si me apetece, comeré turrón siempre que me dé la gana y no pienso dejar pasar ni un postre más por el “qué dirán”. ¿Y tú, vas a seguir dejando que te controlen?

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